lunes, 18 de mayo de 2015

Un grave error. Medios de pago.



MEDIOS DE PAGO
Un pequeño error
Cuando llegué a casa, lo único en lo que pensaba era en tumbarme de una vez en el sofá y relajarme del día que había tenido en la oficina. Reuniones, despidos, gritos, lloros, amenazas, miedo, reproches… Aquel día descubrí facetas de mis compañeros que no esperaba llegar a encontrarme nunca, pero la situación forzó de una forma terriblemente atroz la explosión de todos estos rasgos. Para ser justos, debo reconocer que una pequeña parte, minúscula si la comparamos con el resto de partes implicadas, fue culpa mía, aunque cuando ocurren estas cosas nunca hay un solo culpable y buscarlo es sencillamente inútil.
Pero  después de todo, se puede decir que salí ileso aquel día y que mi puesto de trabajo ya no peligraba como lo hacía unos días antes. No, a pesar de todo, la peor noticia de aquel día no tuvo nada que ver con mi trabajo.
Entré en el portal, el peso de la puerta me pareció infinitamente mayor que otras veces, me pesaba hasta pensar, estaba terriblemente cansado. Abrí el buzón, cogí las tres cartas que había dentro y tiré la propaganda del chino de al lado a la basura. Mientras esperaba al ascensor eché una pequeña ojeada a las cartas. La primera era una carta de mi padre, que se resistía por todos los medios posibles a abandonar el correo como método de comunicación a distancia. No aceptó ninguna de las peticiones que tanto mi hermana como yo le hicimos para que probara el correo electrónico en caso de que se tratara de algo más urgente.
"–Ni hablar –decía- si es tan urgente, entonces os llamaré, pero en mi vida me vais a convencer de que use una de esas condenadas máquinas."
Una sonrisa apareció en mi cara, siempre se quejaba de todo, pero era muy buen hombre. Las otras dos cartas eran del banco. Cando por fin entré en casa, decidí sentarme en el escritorio del estudio en vez del sofá para revisar las notificaciones del banco. La primera era una notificación sobre la tarjeta de crédito, en ella me avisaban de que últimamente se habían realizado "transacciones sospechosas" con mi tarjeta de crédito, que por favor, revisara si había sido un error y que comprobara que todo estuviera en orden. Comprobé la fecha de la carta: 19/3/2015. Maldije con todas las palabras con las que pude hacerlo la incompetencia del banco, estábamos a finales de mayo y la carta había llegado hoy.
Wikimedia Commons
De eso estaba seguro, reviso el buzón todos los días. Como si me fuera la vida en ello, me levanté de la silla a comprobar que la tarjeta de crédito siguiera en el cajón de la vitrina.
La razón por la que la guardaba allí era bastante sencilla, aunque cada vez que le explicaba a alguien que no la llevaba nunca encima no lo entendían y me decían que era una estupidez. En mi casa somos tres: mi mujer, mi hijo y yo. A mi mujer la pagan en efectivo y a mí me lo ingresan en la cuenta, además, me regalan varios cheques restaurante, su sueldo lo gastamos en las copras diarias, el mío para pagar las facturas y los cheques para pedir comida fuera. Como rara vez usamos la tarjeta, preferimos no llevarla nunca con nosotros, por lo que la guardamos en el cajón de la vitrina.
Lo abrí, saqué todos los papeles inútiles que guardamos para que Miguel, nuestro hijo, se aburra cuando rebusque y no encuentre la tarjeta, él no sabe que la guardamos ahí, preferimos ocultárselo por si acaso. Encontré el tarjetero plateado en el que estaba la tarjeta, me llené de alivio cuando la vi allí, intacta. Convencido de que la notificación era errónea, me senté de nuevo en la silla del escritorio mientras escribía en post-it "Avisar banco error".
Vi la segunda carta del banco, la había olvidado por completo. La cogí, la abrí y la leí. Taché el recordatorio del post-it, la también mandada en abril, me informaba de que se había comprobado que las "acciones sospechosas" de la tarjeta pertenecían a otra tarjeta y de que se me había mandado un aviso por error. Aliviado y por fin libre de cualquier molestia, me senté en sofá, había sido un día muy largo.
Entonces sonó el teléfono, lo cogí, era Roberto, del trabajo, habló muy rápido pero lo que me dijo fue muy claro, la empresa que nos proporciona los cheques restaurante, con los que pagábamos muchas comidas en casa, lleva tres años suministrando, con el consentimiento del director de nuestra empresa, cheques falsos, un timo en toda regla. La empresa pasó de pronto a deber millones de euros, que se sumaban a las pérdidas de clientes que habían supuesto recientes conflictos en la oficina.
Colgué. Me hundí, deprimido, en el sofá. Sabía perfectamente lo que aquello significaba: más reuniones, más despidos, más gritos, más lloros, más amenazas, más miedo, y más reproches.


                                                           Joaquín Bringas Admetlla
                                                           Curso: 1º Bachillerato P
                                                           IES Santa Teresa de Jesús.

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